Síndrome 1933
Cuando Hitler llegó al poder, lo hizo por medio de elecciones. Pero sucedió en un ambiente de altísima polarización, discursos de odio, tergiversación de la realidad, manipulación del lenguaje, secuestro de la prensa e insólitos acuerdos de coalición. En su libro Síndrome 1933, Siegmund Ginzberg repasa los hechos que allanaron el camino del dictador al poder y desmoronaron la democracia y en los que, tal vez, se puedan encontrar similitudes con las democracias liberales del siglo XXI.
Fiel a la sentencia de Santayana de que quien no conoce la historia está condenado a repetirla, y apoyándose en un estudio exhaustivo de las fuentes históricas y de los periódicos de la época, Síndrome 1933 nos traslada a los meses previos al desmoronamiento de la República de Weimar y analiza de manera pormenorizada cómo los nazis pudieron conquistar el poder gracias a la colaboración —tal vez ingenua o inconsciente, pero en todo caso imprescindible— de los supuestos garantes de la democracia: las instituciones del Estado, la clase política, la prensa y la sociedad civil.
Con un pie en 1933 y el otro en el siglo XXI, Ginzberg ofrece en este libro una lección de historia que nos ayuda a comprender los riesgos que anidan en las democracias liberales de hoy y, quizá, a evitar los errores del pasado. En Síndrome 1933, Ginzberg emprende una tarea tan necesaria como arriesgada: trazar un paralelismo entre el ascenso del nacionalsocialismo en la Alemania de Weimar y el resurgimiento de fuerzas ultraderechistas en la Europa contemporánea.

Con una prosa ágil y un rigor histórico impecable, Ginzberg no solo reconstruye los mecanismos que llevaron a Hitler al poder, sino que también nos invita a reflexionar sobre las fragilidades de nuestras democracias actuales. Su obra no es un mero ejercicio de nostalgia histórica, sino una advertencia sobre cómo los errores del pasado pueden repetirse, aunque bajo nuevas formas y contextos.
El libro comienza con una premisa clara: las analogías históricas son un terreno resbaladizo, pero también una herramienta indispensable para comprender el presente. Ginzberg no pretende establecer una equivalencia exacta entre el nazismo y los movimientos de ultraderecha actuales, sino más bien iluminar los patrones que, en ambos casos, erosionan las bases de la convivencia democrática. La República de Weimar, con su inestabilidad crónica, su fragmentación política y su incapacidad para gestionar las crisis económicas y sociales, se convierte en un espejo en el que mirar nuestras propias debilidades. El autor nos recuerda que la democracia no es un logro irreversible, sino un frágil equilibrio que requiere vigilancia constante.
Tal vez, uno de los aspectos más inquietantes del análisis de Ginzberg es cómo describe la normalización gradual del discurso extremista. En la Alemania de los años treinta, el nacionalsocialismo no irrumpió de manera abrupta, sino que se infiltró en la sociedad valiéndose de promesas de orden, estabilidad y redención nacional. Los nazis supieron capitalizar el descontento popular, alimentando el miedo y el resentimiento hacia chivos expiatorios como los judíos, los comunistas y las élites liberales.
Este proceso de seducción y radicalización no fue un fenómeno espontáneo, sino el resultado de una maquinaria propagandística eficaz y de una clase política tradicional que subestimó el peligro (con especial atención a la incapacidad de respuestas de las fuerzas democráticas de derechas e izquierdas). En Síndrome 1933 Ginzberg advierte que, en nuestro tiempo, los discursos de odio y exclusión siguen operando bajo lógicas similares, aunque adaptadas a las nuevas realidades tecnológicas y culturales.
El autor también destaca el papel de las instituciones y los medios de comunicación en la consolidación del régimen nazi. La prensa dócil (prensa liberal que incluso aplaudía a Hitler como forma de reforzar el liderazgo de un ferviente anticomunista), la manipulación de la información y la instrumentalización de las herramientas democráticas —como las elecciones— fueron fundamentales para legitimar el ascenso de Hitler. Aquí, Ginzberg establece otro paralelismo perturbador con la actualidad: la proliferación de noticias falsas, la polarización mediática y el descrédito de las élites políticas son fenómenos que, en su conjunto, debilitan la confianza en el sistema democrático. El interrogante que subyace en su análisis es si nuestras sociedades, en su afán por encontrar soluciones rápidas a problemas complejos, están dispuestas a sacrificar libertades fundamentales en aras de una supuesta seguridad o estabilidad.
Sin embargo, Ginzberg evita caer en el alarmismo simplista. Reconoce que las circunstancias históricas nunca se repiten de manera idéntica y que el nazismo fue un fenómeno único en su capacidad destructiva. No obstante, insiste en que las lecciones del pasado deben servirnos para no cometer los mismos errores. En este sentido, su libro no es una profecía, sino una llamada a la prudencia y a la acción. Como bien señala, «las analogías no son predicciones», pero ignorarlas puede llevarnos a subestimar amenazas que, en su momento, también fueron menospreciadas.
Síndrome 1933 es una obra necesaria para entender no solo el pasado, sino también los desafíos del presente. Ginzberg nos confronta con una realidad incómoda: la democracia no es un estado natural, sino una conquista frágil que exige compromiso y cuidado.