La Guerra con los Hijos de los Otros: Una Crónica de la Hipocresía Colectiva
En los pasillos de Bruselas, entre cafés caros y discursos de alto vuelo, se escribe una tragedia moderna: la guerra en Ucrania, librada con los hijos de los otros, pero nunca con los propios.
Nota: Alfonso Ossandón, Diario la Humanidad – Corresponsalía (Milano – Italia)
Los hijos de la élite, por supuesto, están destinados a grandes cosas: heredar fortunas, ocupar despachos de mármol y quizás, algún día, escribir libros sobre la paz que ellos mismos boicotearon.
Entretanto, Kaja Kallas, la alta representante de la política exterior de la UE, nos ilumina con su lógica visionaria: “Es inútil presionar a Zelensky para que piense en la paz; es más barato financiar la guerra ahora que después”. Qué conveniente resulta reducir la devastación de un país entero a una mera cuestión de balances económicos. Mientras tanto, Mark Rutte, recién estrenado secretario general de la OTAN, declara con seriedad casi cómica que debatir sobre la paz haría “la vida demasiado fácil para los rusos”. Porque, claro, en el imaginario occidental, nada complica más a Rusia que continuar ganando en el terreno mientras sus adversarios se desgastan económica y moralmente.
La Realidad que Golpea
En un momento raro de honestidad, el presidente ucraniano Zelensky admitió en una entrevista que Ucrania no tiene ni los hombres ni los medios para recuperar Crimea y el Donbás. Esta declaración, recogida por la prensa internacional, fue como un golpe de realidad que nadie en Bruselas o Washington quería escuchar.
Después de tres años de guerra, queda claro que la narrativa de “Kiev hasta la victoria” es tan sólida como un castillo de naipes en medio de un huracán.
Pero no importa. La UE y la OTAN, lejos de replantearse su estrategia, optan por redoblar su apuesta. Mientras los ejércitos rusos consolidan posiciones y la economía rusa, contra todo pronóstico, sigue en pie, Europa se desliza hacia una crisis energética y económica que hará palidecer a cualquier cuento de austeridad griega.
La Inclusividad en la Guerra: Un Espectáculo Woke
En esta era de discursos woke y reivindicaciones, no faltará quien exija que la guerra sea “más inclusiva”. “Es nuestro derecho tener uniformes para homosexuales” o quizás “¡Necesitamos cuotas de género en el frente de batalla!”. El cinismo alcanza niveles insospechados cuando se busca maquillar el horror de la guerra con las banderas de la diversidad, pero sí justificar sesiones de europarlamentarios con sus viáticos y así normar, como y quienes se encargarán de esos uniformes democráticos, todo debe estar en «normas», escritas e impresas en tomos con tapas de papel de lujo.
Sin embargo, la realidad es más cruda: no importa cuán inclusiva sea la guerra, siempre serán los hijos de los otros quienes mueran en el frente.
Los hijos de las élites, como siempre, seguirán disfrutando de sus cómodos refugios en Occidente, lejos de las trincheras y las bombas. Total es la vieja historia de clases.
El Militarismo Económico: Una Máquina de Destrucción
Como bien señaló uno de los analistas, esta guerra ha desatado un militarismo económico que amenaza con arrastrar al mundo a una recesión global. Las sanciones económicas, diseñadas para “poner de rodillas a Rusia”, han fracasado estrepitosamente, y ahora Europa se enfrenta a una inflación galopante y un invierno que promete ser más frío que las relaciones entre Zelensky y Moscú.
¿Acaso alguien en Bruselas está pensando en las consecuencias? No, porque el espectáculo debe continuar. La retórica belicista no solo refuerza las narrativas heroicas, sino que además sirve como distracción de los problemas internos de los países europeos, cuyos ciudadanos están pagando un precio desorbitado por una guerra que no entienden y en la que nunca fueron consultados.
Por Último: La Hipocresía de la Derrota
Mientras las tropas rusas avanzan y Ucrania pierde cada vez más territorio, la UE y la OTAN siguen negándose a reconocer lo evidente: esta guerra está perdida en el terreno.
Pero aceptar la derrota significaría admitir los errores estratégicos, los fracasos diplomáticos y, sobre todo, la indiferencia absoluta hacia las vidas humanas sacrificadas en nombre de un proyecto geopolítico que nunca tuvo sentido.
Porque al final, la guerra no es más que el viejo juego de siempre: los poderosos deciden, los vulnerables mueren, y los hijos de las élites miran desde la distancia, escribiendo ensayos sobre la paz mientras los hijos de los otros caen en los campos de batalla.
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Corresponsalía Milano / Alfonso Ossandón Antiquera / © Diario La Humanidad
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